jueves, septiembre 18, 2008

Carta a una violeta soñadora (12) "Si me miras"


Querida violeta:
Cuánto tiempo sin cuidar de ti, sin buscar el agua para mojar las palabras que han de llegar a tu raíz, aunque no creas que me he olvidado, que no te he tenido siempre en mi pensamiento, que he añorado tus flores o besos y tus hojas o caricias y tu tallo o sexo: ¡no te he echado en el olvido, querida mía!
Te cuento: ando buscando la luna en tus zapatos, aunque sé que no los tienes; pero como bien sabes, la luna no me gusta, porque me hacía sufrir de pequeño, y es que sólo me gusta el sol de tus ojos claros, que son tus flores, tal vez porque encuentro en tu mirada el placer de mi horizonte, horizonte, amada mía, que también será tuyo si me tomas de la mano: ¿te gustaría?
Si me miras, te miro, y nos miramos. Da un paso adelante, sal de tu maceta, y marca conmigo las huellas del camino, porque no hay huella sin pasado, ni paso sin futuro. Quizás, quizás querida violeta, nos encontremos en ese camino: empréndelo hoy, ahora mismo, aunque sea en el otro extremo.
A lo mejor, mientras andemos, las mujeres bailarán desnudas y los hombres se quedarán desnudos con sus idiotas sueños. A lo mejor, una mujer de sonrisa desprendida me dirá adiós, y yo lo contestaré la belleza y la gracia siga con usted: ay, quién te vería de escucharme. Y continuaremos haciendo camino: yo de norte a sur, tú de sur a norte; finalmente, allá, a lo lejos, detrás de un recodo, tú gritarás, y acá, yo, con la mirada gacha, esperaré al eco con ansiedad, y seguramente que el viento abrazando al eco me traerá tus palabras de amor y celos, querida violeta.
Tuyo,

domingo, enero 06, 2008

Carta a una violeta soñadora (11). "Mis Reyes Magos, tus Reyes Magos"


Querida violeta:
Quiero en este día regalarte muchas cosas, porque recuerdo tu estambre amarillo como esencia de ti misma donde se transparenta tu condición de planta y mujer, entonces del amor que despiertas en mí; y pienso en qué, si en una cocinita de niña chica, para que alimentes nuestras caricias desde el tallo hasta las hojas, o en un muñeco lindo, que te haga recordar mi imagen de hombre enamorado, aunque tal vez lo más adecuado sea un disco con la Nessum Dorma, pues te dará la paz necesaria para florecer y meditar, incluso una canción de Luz Casal con el título de Lo eres todo para mí, porque es así, además de una veleta que señale la dirección de nuestro cariño mutuo, un dibujo con una alianza y un jardín florecido, una película de dibujos animados donde un niño se enamora de una planta que luego se convierte en mujer, una maza con los colores del arco iris que marque las pautas en el bombo de tus pálpitos y mis pálpitos amorosos, una flauta travesera de cristal que refleje nuestros rictus cómplices, un libro contando una hermosa historia de dos, una pelota de trapo que bote desde el suelo hasta nuestros corazones, un cuadro donde se retraten partes de nuestra desnudez, un limón de miel y esperma, una naranja ensalivada por besos tiernos y eternos, una masilla para hacer trabajos manuales con tu sexo y mi sexo, un pato de peluche con su cuac cuac pregonando nuestro amor, un pájaro canario que con sus cantos alegre tanta ilusión, una sillita donde tomen asiento tus raíces o tus sentimientos de amada, una linterna en la penumbra y una voz grabada que será la mía donde gritaré a los cuatro vientos algo así como te amo, violeta mía, quiero ser el hombre de tu jardín.
Me gustaría rescatarte, liberarte para la vida y el amor.
Todo eso te lo han traído los Reyes Magos, querida violeta.
Tuyo.

martes, agosto 07, 2007

Carta a una violeta soñadora (10). "Una tarta para ti"


Querida violeta:

Necesito contactar contigo para que sepas de mi recuerdo por ti. Yo sé que, como buena planta y agradecida que eres, te alegrarás, y quizás lo celebres como si fuera tu cumpleaños regalándome una de tus hermosas flores, aunque no creo yo que las violetas sepan de ese tipo de celebraciones cada año, porque si así fuera, sería yo el primero en regalarte la tarta que nunca has tenido, la tarta más grande del mundo, una inmensa tarta de güisqui, por ejemplo, con lo menos 370 velas, para que tú, con tus hojas o tus ojos o tus labios fueras apagándolas una a una, mientras yo, detrás de tu maceta, acariciaría tus flores y tu tallo y tu esencia de planta igual que si fueras mujer, como el que no quiere la cosa, a lo tonto, es decir, como un amado despistado que toca amando pero sin dar a entender que ama y toca, sino que quiere con todo su corazón.
Sigo estando loco, ¿verdad? Ay, cómo no pude encontrarte cuando echabas tus raíces en la vida. Ay, cómo habré podido dejarte ir de mi jardín o del alféizar de mi ventana. Ay, cómo no he ido a buscarte ya para arrancarte de manos ajenas que tal vez te estén dejando morir de sed y de amor en cualquier rincón. Ay, querida violeta: ¡ay!
Tuyo.

jueves, mayo 17, 2007

Carta a una violeta soñadora (9). "Tristezas del ayer para hoy"

Querida violeta:
Cuánto tiempo sin escribirte, y cuánto lo siento, pero la vida es así, y está ahí, va pasando, porque no la podemos cambiar. En los últimos tiempos he andado con una serie de gente que tú no conoces, todos ellos de la calle Sola del barrio de Canterías de la ciudad de Tornas, como un tal Antuán Constantino y su bella y esquiva amada Helga Tarbonano, o el profesor Restituto Altamirano y su esposa la condesa, incluso con la decana de las putas de ese barrio llamada Magdalena, la Magna, y su colega Carmela, la Dichosa, entre otros personajes de fuste.
No te puedes imaginar lo que me ha dolido la llegada de la primavera como si fuera una carta tuya y la leyera, quizás porque te quiero mucho, quizás porque este amor nuestro ha ido in crescendo y cada vez es más exigente con uno mismo, porque lo quiere todo para uno, lejos de los demás, sin intervención de nadie en nuestras existencias, con el deseo imposible de modificar el pasado y hacerlo uno a su medida, pero el pasado no se puede cambiar, jamás, y eso para mí, en este caso en concreto, es muy doloroso, porque borraría de un plumazo todo los pasos de tu transcurso vital, tu pasado, absolutamente toda tu vida, pues me gustaría hacerla a mi semejanza, donde yo solo fuera el partícipe de tu existencia plena en las cosas de la vida y del amor. ¡Qué pretensiones por mi parte, querida violeta! ¡Cambiar la vida de la amada para hacer de ella la mujer o la planta de sus sueños sin un pero siquiera! ¡Qué iluso es uno a veces! ¡Qué imbécil!
Gracias por tu carta, trayendo la primavera con tus flores. Nunca quise saber de tu primer pasado pero, al propio tiempo, lo necesitaba, no sé si para martirizarme o para terminar de conocerlo todo y tener conciencia exacta de los condicionantes que me asaltan por ser tan posesivo con las cosas del amor, porque no puedo olvidar que estás en una maceta que no es mía y que regalas o has regalado tus flores a otros y no a mí. De todas formas, creo que has sido sincera, no he visto dudas en tu carta que me ha traído esta hermosa estación, si acaso una, el que no recuerdes si hiciste el amor más veces al florecer, pero ya es igual, es tu pasado y ha sido tu vida donde yo no he podido intervenir porque los hados del tiempo y del destino no se pusieron de nuestra parte: tú una planta, yo un hombre enamorado de una violácea y su flor.
Sinceramente, anoche te dije en sueños, o tal vez despierto, que vaya lástima no haberte conocido en tu vivero de la adolescencia y hacerte mía para compartir un amor grande, aunque a lo mejor -a lo mejor no, seguro-, nada hubiera sido igual, ni se acercaría o asemejaría a la historia de amor que estamos viviendo ahora mismo, donde detalles pequeños los hemos hecho excelsos, donde detalles grandes nos ha hecho a nosotros más grandes en nuestra entrega amorosa como amantes y amados, donde cosas tan naturales como simples miradas hemos sido capaces de convertirlas en verdaderos actos amatorios gracias a tus tallos y mi piel.
A veces, sólo a veces, como ahora, nuestro amor se me convierte en sufrimiento, en un verdadero martirio, quizás por no tener mirada hacia atrás, quizás por no querer esa mirada porque no hay huella alguna de nosotros dos, nada en común, sólo el anonimato, el desconocimiento de la existencia de uno y del otro, por no habernos encontrado, por no habernos topado en la vida o la vida no haber querido que nos conociéramos en el momento de evitar ese pasado que me duele. En fin. Qué díficil es todo a veces. Sí: sin duda no puede cambiar uno el maldito pasado, y a fe que si pudiera cambiaría el tuyo, y no sólo el pasado, sino también el presente, para unirlo al mío en toda su amplitud, en toda su extensión como violeta convertida en mujer junto a un hombre, siempre con la mirada hacia delante, hacia el futuro, olvidados del pasado, en pos de ese vivero para alimentar el crecimiento de nuestro amor.
Quiero terminar esta carta, querida violeta, diciéndote que te quiero, y que te amo, y que a pesar de todo y que a pesar de mis pesares, ha sido una suerte grande haberte conocido y estar viviendo esta historia de amor contigo, y que sé de tu entrega hacia mí hasta lo más hondo de tu ser, circunstancia que espero no cambie nunca, y si cambia, que sea para tu bien y no me cause dolor alguno a mí, pues no lo merece el amor que siento por ti, porque ningún hombre ha amado a una planta, a una violeta, tan linda como tú.
Recibe mi beso más delicado, para despertar tu esencia de planta y flor enamorada.
Tuyo.

miércoles, febrero 14, 2007

Carta a una violeta soñadora (8). "Un día excelso como todos los días para nuestro amor"

Querida violeta:

Cuánto tiempo sin contactar contigo. No pienses que lo hago hoy porque dicen que es el Día de los enamorados, ni muchísimos menos, porque para mí todos los días lo son cuando pienso en ti, cuando saboreo con mi memoria tus lindas hojas que a veces me imagino que son las nalgas de una mujer enamorada en una foto hecha para mí, porque así te veo, pues además tus flores son tus senos y tus labios y tus mejillas y tu frente adornada con ese flequillo alocado cuando aún no han terminado de florecer.
Hoy ha amanecido un día hermoso, brillante, sin un celaje que echarse a la vista, sin embargo, tras el sol encuentro una nubecilla juguetona que me atormenta, y es tu lejanía, querida violeta, porque es muy triste para mí que tu semblante lo rieguen otras personas, que tus gestos de flor desde que amanece hasta que anochece no luzcan para quien tanto te ama, que esa maceta pedestal de tu vida no pueda ser abrazada por mí a cada instante, al fin tu cuerpo y tu amor.
Me obsesiona verte fotografiada apenas vestida con una tentación, adornado sólo tu cuerpo con un colgante y una pulsera de plata de ley con fulgores malva que desprendan tu amor por mí, y aunque sé que es imposible, porque no dejas de ser una planta, yo te imagino así, y mi mente te fotografía en cientos de ocasiones, a veces desnuda completamente, a veces de espaldas dejando ver tus nalgas o tus hojas que me enloquecen, a veces enseñando tus senos encendidos como luces de neón.
No olvides nunca mi amor por ti, querida violeta.
Tuyo.

lunes, diciembre 25, 2006

Carta a una violeta soñadora (7) "Doblan las tristezas en la Navidad"

Querida violeta:
Hoy es día de Navidad. Las calles de la ciudad están desiertas, apenas algún mendigo que otro asoma sus narices en busca de lo que sobra a los demás, si es que algo sobra a los demás, aunque estoy seguro de que sí, que sobran muchas cosas, amada mía: penas latentes, incertidumbres buscadas, soledades eternas, alientos turbados, inquietudes perennes, amores no compartidos con plenitud amorosa como el tuyo y el mío, caminos sin andar, bondades equivocadas, rastros maternos y ausencias paternas, amistades perdidas, desamores encontrados, libros sin palabras, pasiones desvirgadas, egoísmos vivientes, sonrisas forzadas, suspiros eternos, caricias azarosas, traiciones embadurnadas, adulaciones pordioseras, llantos falsos, mansedumbres soslayadas, rictus amargos, bajezas penitentes, dobleces mojadas, ayuntamientos beodos o coitos absortos y absurdos y abstinentes, pesadillas arrastradas, horrores marcados, abrazos tormentosos, corazones sin pálpitos, amarguras humilladas, músicas fúnebres y poemas muertos, besos torticeros, torturas dulces, cariños fingidos, vejeces y juventudes confundidas, rescoldos odiados, risas caídas, imberbes matrimonios y maduros matrimonios sin sentido alguno, jodiendas precavidas, fatigados espíritus, astucias desgarbadas, babas intransigentes, sangrías innecesarias, bostezos lerdos, toses toscas y turbulentas, miradas atracadoras, torres de papel, anzuelos tozudos, quejidos sin sombra, almas rotas, mentiras piadosas y mentiras amargas y mentiras ignorantes, pisadas rancias, esfuerzos tenebrosos, eyaculaciones extraviadas, reveses y flujos vaginales y de risa y de palabras y de vientre, rezos malditos, ironías embarradas, pedos flojos y flojeras maquiavélicas, lamentos ridículos, mocos perfumados, rajas labiales, silbos hirientes, bailes distantes, voces quebradas y voces rotas y voces lastimeras, vahos asquerosos, lametones envenenados, fuegos rancios y fuegos malolientes, guiños malabares, tragaluces avizores, deseos baldíos. ¡Cuánto y cuánto, amor mío!
Un día como hoy hice mi esquela, y llevo viviendo seis años desde entonces, seis largos años que cubren el expediente de mi vida hasta aquí, al menos, porque nunca se sabe, querida violeta.
Sabedor de que cuento con tus flores, con tu amor,
Tuyo.

domingo, diciembre 24, 2006

Carta a una violeta soñadora (6) "Nochebuena"

Querida Violeta:
Esta noche es Nochebuena, y mañana Navidad. Pero quizás tú no sabes de estas cosas, porque simplemente eres una violeta, aunque para mí seas sólo lo de siempre: mi preciosidad, mi amada, mi criatura amorosa, o simplemente mi bobona capaz de echar raíces para adornar mi vida con el amor. ¡Cómo te has convertido en la flor de mi vida!
Quiero bailar contigo el “Imagine” de John Lennon, tú y yo solos completamente desnudos, alumbrados nada más que por la luz del amor de los dos, porque tampoco necesitamos otra, pues nuestros ojos estarán cerrados, nuestro cuerpos fundidos piel con piel allá donde la haya, nuestros corazones entregados, desprendidos, regalados.
Qué mejor Navidad podemos pedir, querida mía. No me digas que estás triste, que tú allá, en tu maceta, y yo aquí, enrocado en mi castillo de ilusiones, por lo tanto lejos, matados por la distancia; no, no me lo digas, porque estamos juntos, yo acariciando tus pétalos de amor y tú dándome tiernos besos en mis labios satisfechos con tus fragancias de la noche, de esta noche de Navidad, amor mío.
Busco en el cielo la estrella que refleje tu figura, y la hallo: está allí, entre el norte y el sur, entre el este y el oeste, justo en la encrucijada del amor, formando un nido incomparable, y a su lado estoy yo; puedes verla, si quieres.
Quedo contigo,
Tuyo.

lunes, octubre 23, 2006

Carta a una violeta soñadora (5) "El baile de la discordia"

Querida violeta:
Anoche soñé contigo, y no es la primera vez, como me imagino ya sabrás. A veces, querida mía, el amor nuestro pasa de sublime y excelso y colosal y prodigioso y soberano y primoroso y extraordinario a horroroso y tremebundo y espantoso y torvo y lamentable y espeluznante y siniestro por culpa de los celos que todo lo dominan, tanto a ti como a mí, porque no me dirás que a ti no te ocurre lo mismo, que yo lo sé a ciencia cierta y además se te exteriorizan poniéndote mustia como una violeta.
Pues como te decía, soñé contigo nada más y nada menos que te hallabas en el centro de un gran salón de baile y todos los hombres, a miles, querían bailar contigo el "Imagine" de John Lennon y poco más tarde, otros miles distintos todos, se arrodillaban ante ti para que le concedieras el honor de bailar también el tema de Maná "Sábanas frías". Qué pesadilla, Dios mío. A veces el amor se convierte en eso, en una pesadilla, querida violeta.
Y cambiando de tema, vengo pensando estos últimos días en comprarte unos zapatos, o al menos elegirlos para ti. Pienso y repienso en cómo te vas a desplazar arrastrando tu maceta y qué tipo de zapatos le gustan a las violetas, si con tacón o sin tacón, que si de goma o de suela, con punta fina o gruesa, en fin, espero acertar, amada mía, y que cuando vayas paseando tu palmito te conviertas en la sirena de la tierra y la naturaleza, aunque tú ya lo eres con esa hermosura que Dios te ha dado, querida violeta.
Ahora recuerdo nuestros primeros momentos, cuando tú no querías aceptar mi amor de hombre por el simple hecho de ser un amor de hombre, y me decías una y otra vez, repetitiva como tú sola, que, aunque violeta, no eras mala chica, y que tus negativas hacia mis pretensiones eran producto de los sentimientos que ya percibías en lo más profundo de tu corazón, temerosa entonces, pero reconociendo finalmente que ya tu amor era más importante que cualquiera de los valores de la vida. Qué bonito, querida violeta.
Sin lugar a dudas, es una hermosa historia de amor la nuestra que alguien debería escribir, ¿verdad? ¿Qué título le pondrías? Bueno, al menos quedará nuestra correspondencia, si alguien no la quema con su envidia en una noche de cristales o amores rotos.
Desde la sombra de la palmera de mi amor, y de tu amor, recibe mis besos y mis caricias,
Tuyo.

miércoles, octubre 18, 2006

Carta a una violeta soñadora (4) "Nuestro aniversario"

Querida violeta:
Probablemente no lo recordarás, pero hoy es nuestro aniversario, porque un día como hoy del pasado año fue cuando me enamoraste con tus hojas y tus flores en aquella floristería lúgubre y de mala muerte, más parecida a la oficina de un viejo recaudador de impuestos que otra cosa. Desde luego, no olvidaré aquel día, ni el momento sublime en que me acerqué a ti y te cogí en mis manos, percibiendo al tocar tu maceta la sensación de que nos dábamos un efímero beso, o mejor un escuálido beso que después, pasado el tiempo, dejó de ser flaco, macilento para convertirse en excelso y cimiento de un amor incomparable. Debo estar loco, sin duda.
Bueno sería que pudiera acercame a ti y acariciar tus flores, como si fueras la más linda musa desnuda; bueno sería, también, amada mía, que los hados me permitieran regalarte un libro, unas bellas canciones, mi voz en susurros, un beso, mi aroma personal y un hálito de mi vida. Pero la lejanía nos impone tantas limitaciones y tantos sinsabores que nuestro amor perdura por tal como somos, o porque el amor por sí mismo es majadero, se empecina en unir a dos seres contra viento y marea, por muy traicioneros que sean los vientos y enormes las marejadas.
Mirando hacia atrás, ahora me viene a la memoria cuando, en cierta ocasión, te dije que no te mostraras de determinada manera ante los hombres, aquel aciago día en que al verte al lado de un hombre miserable pensé que una violeta bellísima como tú no podía comportarse así, tan afable y tan sonriente ante semejante individuo, abriendo tus flores y extendiendo tus hojas como si fueran los brazos de una mujer simple, o simplona por ingenua. Qué disgusto me hiciste coger, y encima, a mi entender, te escuché decir que algunas de tus actitudes eran las propias de una chiquilla, como si una violeta pudiera ser una chiquilla o una mujer una violeta. Gracias que, después, cuando te regaba, todo acabó diciéndome tú que me amarías siempre y que significaba mucho para ti y yo, después de la ventisca, haciéndote saber que nunca te haría daño y que sólo pretendía tu felicidad. ¡Cosas de enamorados!
No sé si despedirme de ti felicitándote por este aniversario nuestro, porque quizás no te merezca la pena soportarme, pero que así sea y aquí en esta misiva quede, para bien o para mal, a pesar de los pesares, querida violeta.
Tuyo.

lunes, octubre 16, 2006

Carta a una violeta soñadora (3) "Recuerdos"

Querida violeta:
Hoy me siento cansado. La vida es dura, o a veces la hacemos dura, querida mía. Sigo como ayer repasando papeles, y en uno he encontrado la factura de tu compra, allá por un mes de julio, y no sé por qué en vez de una factura a mi parecer tenía en mis manos una serie de documentos bancarios en inglés y una tarjeta de crédito de un banco de New York cortada en cuatro trozos. Entonces, amada mía, me imaginé el momento en que pasaste a ser mía, cuando acaricé tus hojas y tus flores, te leí un pequeño relato y besé tus labios de violeta, ante tu estupefacción, es verdad, pero con tu correspondencia, desde luego, porque si no fue así que venga el diablo y me lleve.
Recuerdo que, a partir de aquel instante, te coloqué en el balcón de mi memoria, entre sol y sombra, y leí en tu bonita faz que no salías de tu asombro, porque no entendías nuestro beso, mucho menos siendo tú una violeta y yo un hombre. ¡Y es que la vida es una peripecia! ¿O no, querida mía?
Me sentí preocupado aquel día, porque mi atrevimiento podía costarme tu lejanía para toda la vida, y hasta tu reacción por ofendida tenía todos los visos de que te pusieras mustia y perdieras tus flores, al fin y al cabo el futuro amor hacia mí. Afortunadamente no ocurrió así y aquí continuamos, a veces haciendo de la lejanía una cama de hotel y de la cercanía una ansiedad propia de los más celosos amantes.
¿Te regué ese día? No lo recuerdo. ¿Estaban húmedos nuestros labios? Si lo estaban es que te regué, amada violeta. Debí abonarte, para que te hicieras la ilusión de que tu amado te regalaba unos lindos pendientes. ¿Te aboné o te los regalé? Sin duda, cariño mío, tienes un amado loco, que todo lo confunde, desde una mujer a una violeta, desde el agua a la humedad de unos hermosos labios, desde un abono a unos pendientes. ¡Pena de hombre que te ha tocado, violeta mía!
Ah, se me olvidaba: esta mañana soñé despierto que entrabas en mi habitación cuando estaba desnudo y me regalabas una rosa para conquistar aún más mi amor. ¡Cómo sabes enamorarme, cariño mío!
Recibe mi más tierno beso en tu hoja más tierna,
Tuyo.

domingo, octubre 15, 2006

Carta a una violeta soñadora (2) "Tu respuesta"

Querida violeta:
Gracias por contestarme. Esperaba tu carta con ansiedad. Cuando llegó el cartero del viento sentí un estremecimiento que jamás había percibido, y hasta del sobre surgió tu perfume de violeta amada. Qué importante, querida mía, son los olores, sobre todo los aromas y los humores personales cuando el cariño preside la existencia: pena que yo no pueda sustituir tu aroma de violeta, y mira que me gustaría, pero bueno, qué voy a hacer; a lo mejor algún día te lo propongo, pero seguro que me dirás que no, que sólo quieres tu perfume de violeta, que no te interesa un nuevo perfume aunque venga de mí por muy delicado que sea; en fin, me sentiré triste, pero terminaré comprendiéndote, aunque estoy convencido de que te convertiría en la violeta que mejor huele del mundo, aunque no sé si eso sería bueno, porque los hombres tratarían de hacerte suya a toda costa, y entonces yo sería un ser muy infeliz, un pobre soñador como siempre lo he sido.
También gracias por la foto que me envías de esos escalones que dices querer compartir conmigo. Acaso, querida mía, ¿te han quitado del alféizar de la ventana del salón? Espero que esa mujer bella que es tu dueña no te esté maltratando, porque como te dije en mi anterior carta, yo la amo a ella porque cuida de ti y te hace una violeta feliz. Sí, desde luego, cariño mío, quiero compartir esos escalones contigo, y haría cualquier cosa por pasar una tarde junto a ti los dos sentados juntos, muy juntos, cogiéndonos de la mano, aunque ya sé que las violetas sólo tienen hojas y flores, juntando los carrillos y posando nuestros labios humedecidos, besándonos al fin con la ansiedad que da el amor cuando se halla en la lejanía, más allá del horizonte, lleno de celajes con millones de matices que no son otra cosa que las dudas originadas por el mismo amor. Me hace feliz, muy feliz nuestra relación amorosa, querida violeta.
Por cierto, en la segunda foto que me envías, diviso el mar al fondo. ¿Cómo es posible que te hayan llevado al mar? Una violeta tan hermosa como tú puede entristecerse por la acción de las aguas marinas. El mar es hermoso, y por grandioso a veces placentero, pero no entiendo qué haces tú al lado del mar. ¿Quién te ha sacado esa foto? Si al menos fueras madre, a lo mejor, te la hubiera sacado tu hijo, con ese amor que ponen los hijos en las cosas que hacen para sus madres, porque de verdad, querida mía, estás guapísima, eres la violeta más linda del mundo. Claro, ha pasado el tiempo, yo no lo mido desde tu ausencia, y has podido tener un hijo que te ha sacado esa foto tan hermosa, al menos quiero pensar eso, porque triste sería que fuera otro hombre.
Tengo algo de prisa, pues es mi hora de soñar despierto, pero seguiré escribiéndote, amada violeta.
Que la brisa acaricie tu tez como si fueran las yemas de mis dedos,
Tuyo.

sábado, octubre 14, 2006

Carta a una violeta soñadora (1) "Añoranza"

Querida violeta:
Me atrevo a escribirte sabedor de que puedo hacerte daño, pero necesito hacerlo, es inevitable, querida mía.
Ya sé que, con aquella decisión de regalarte, perdí para siempre la luz rosada que desprendías y me hacía soñar a menudo, pero como bien sabes, siempre he querido ser sincero contigo, y si no recuerda las veces que acaricié tu maceta, como si fuera un cuerpo desnudo de mujer, para que sintieras mi cariño hacia ti: tal vez por eso quiero aprovechar esta misiva para decirte que, con tu amor, buscaba otro igual de excelso, igual de inmenso, igual de maravilloso sin lugar a dudas.
No sé dónde te tendrán colocada, espero que no sea en un rincón cualquiera, es más, deseo de corazón que ocupes el alféizar de una ventana de salón, ante el majestuoso horizonte, para que me recuerdes siempre, y si es así, te debes sentir una violeta afortunada, porque en ese horizonte estoy yo mirándote y obsequiándote el amor que siento por ti en una añoranza perenne.
Qué grande es la imaginación, querida violeta. Ahora mismo, haciendo memoria de tu imagen, mientras revolvía algunos papeles, encontré unas fotos que tú misma me mandaste. ¿Lo recuerdas? Claro que no podrás recordarlo, porque las plantas como tú sólo regalan aromas y belleza, sencillez y concordia. De todas formas, haz un esfuerzo, querida mía: una lindura que no eras tú, sentada en el bordillo de un parterre, lucía su hermoso palmito valiéndose de unas hortensias florecidas, pero efímeras. Qué equivocada está esa mujer, seguro que tu dueña ahora, cuando muy bien se podía haber hecho la foto junto a ti.
¿Qué tal es ella? Parece que tan bonita como tú. ¿Cómo te trata? Me da la impresión de que es una buena persona. ¿Te cuida bien?, ¿te riega cuando lo necesitas? Espero y deseo de todo corazón que te trate a las mil maravillas. Si ella te ama a ti yo la amaré a ella, no lo olvides, querida violeta; pero si te odiara, no sé qué sería capaz de hacer por ti.
Recibe mi más tierna caricia,
Tuyo

jueves, junio 15, 2006

Isabelita y el viento (2)

Inocente como ella sola, pensaba que los demás, los hombres y los jóvenes en edad de descubrir, permanecían ilusionados bajo su sombra a la espera de ver la presa, el nuevo pájaro de Isabelita, cuando en realidad no les faltaba sino tenerlo en la mano, acariciarlo.
―Ya verás, Isabelita, que pronto cae uno: no te muevas de donde estás ―le decía el que estaba en perpendicular a ella.
―No, Isabelita, mejor te haces un poco para acá, porque los pájaros ahí te ven la coronilla y se espantan ―le dijo otro calavera.
Todas las mañanas del mundo, todos los días de la semana sin faltar uno, se hallaba en su escondrijo de donde tiraba del hilo y acudía a la trampa para sacar su preciado animal de turno, y también por las tardes, a la hora que los pájaros buscaban su última comida antes de recogerse.
―No me lo creerá, pero desde que coja uno más tendré 500.
―¿Te debe costar mantenerlos una fortuna, no?
―Con la pensión de mi madre me alcanza, porque ella come poco y yo tampoco soy de mucha comida.
Estaba colocando la red y el cajón de madera formando una trampa en lugares estratégicos de la azotea, cuando oyó los gritos desesperados de su madre, y el revoloteo de los pájaros abajo en la casa, cuando la voz quejumbrosa de su madre pedía auxilio, y el piar de los pájaros se hacía tremebundo, guerrero, sin un descanso, sin un silencio aparente, aunque muchos estaban ocupados en llenar sus buches aprisa, antes de que llegara Isabelita.
Bajó la escalera de caracol un tanto sorprendida, pues no se explicaba lo que ocurría. Miró la puerta de la habitación de su madre y se dio cuenta enseguida de su error: la había dejado abierta; se asustó; observó el pasillo, las otras puertas, y todas estaban de par en par; entonces no supo qué hacer, se volvió como loca, daba vueltas sobre sí misma sin tomar una determinación, hasta que se vio delante de la alcoba de su santa madre, y abrió los ojos desmesuradamente, antes de irse en busca de la escoba.
―¡Madre! ¡Mamá! ¡Dios mío! Pero ¿qué te han hecho estos malagradecidos?
Corrió al tocadiscos, puso a todo volumen su canción preferida, Walk on the wild side de Lou Reed, y pretendió a escobazo limpio acabar con ellos uno a uno, escuchar el último aliento de aquellos seres indefensos que se habían convertido en verdaderas fieras, pero no pudo, al contrario, de pronto se vio atacada por bandadas de cincuenta miembros que partían de encima del ropero y le atacaban la cara, se reunían en el cabezal de la cama de su madre ya difunta y le picaban los pechos, aprovechaban las sillas y le descarnaban las nalgas, se colgaban del cable del bombillo y le malherían su barriga lisa, hasta que en la décima acción, los 500 pájaros, en perfecta formación, le sacaron los ojos, y se murieron con ella después, envenenados por el viento que originó la falda de Isabelita cuando la infeliz cayó sobre el piso cubierto de plumas.

miércoles, junio 14, 2006

Isabelita y el viento (1)

Cuando Isabelita se vio envuelta en una guerra sin cuartel, donde los mejores amigos se le convirtieron en violentos personajes que no le perdonaban los arrestos domiciliarios y mucho menos las caricias interesadas, nadie se ocupó de ella, a pesar de sus quejidos durante horas que salían por las cuatro paredes de su casa solariega junto a los sones de la canción que más adelante se dirá.
―¡La pobre! ―dijo una vecina.
―¡La lista!, dirás tú ―aseveró otra.
Isabelita tuvo siempre una cara de virgen, un cuerpo de amada bestia y una sonrisa de abeja: los hombres, embobecidos, si se topaban con ella, continuaban sus mismos pasos, la seguían con la mirada puesta en sus anchas espaldas, sin importarles los comentarios de las demás mujeres.
―Ahí va ese idiota.
―Déjalo, que se haga ilusiones, hasta que un día lo encierre de la misma manera que a su santa madre.
Se podía pensar lo contrario de Isabelita, pero no, era obediente con su madre, y educada con los vecinos, y dulce con los niños, y graciosa con los ancianos, y sobre todo pura con su espectacular cuerpo, sin una mirada lasciva, sin un gesto provocador, incluso con alguna mueca de santa.
―Le digo yo a usted, muchacho, que si ésta nace en la Edad Media, como mínimo hubiese llegado a santa. A lo mejor, téngalo presente, en algún pueblo la tendrían sobre un trono, y la sacarían al oreo cada año.
―Nunca pensé que mi maestro de escuela dijera una cosa parecida.
―Si es la verdad, rediez. A mi edad, míreme bien, y dispuesto estoy a empujar ese trono.
Los vecinos nuevos que no conocían sus orígenes al oír como la llamaban se equivocaban de plano. Isabelita, el día que se enteró, sin mediar palabra, fue directamente a la casa de su tía, la hermana de su padre, y con un pequeño látigo la castigó hasta que la dejó sin resuello, porque no podía haber sido otra. De todas formas, le decían la Pájara por la razón.
El maestro de escuela comentaba que se inició la noche en que le entró un pájaro por la ventana y la mujer de la tienda aseguraba que fue el mismo día que recogió un pajarillo verde en la esquina de la calle, casi muerto, una mañana de invierno: en una o en las dos ocasiones, allí bautizaron otra vez a Isabelita y le dieron el mal nombre, y sin pensarlo comenzó una nueva vida con apenas 15 años cumplidos.
―A lo mejor los pare la misma Isabelita.
―Por la boca será, mala lengua.
Aisló la habitación de su madre y ocupó el resto de la casa con pájaros de todas clases: chirrero y chirringos, calandrias y horneras, linaceros y capirotes, canarios y pintos, mirlos y palmeros. Llenó la azotea de trampas y reclamos, mientras ella se escondía casi colgada del muro de la fachada, como un lince, esperando las presas que aumentarían su colección, al tiempo que los hombres pasaban por debajo para ver qué escondía en sus faldas siempre tan amplias.
―Qué ya tienes pájaro nuevo, Isabelita.
­­―Ssst. Calla, atontado, que me lo espantas: ahora mismo está a punto.

martes, junio 13, 2006

La consulta del doctor Estrías (2)

Se puso muy serio. No le contestó, más bien intentó rehuirla, escondiéndose detrás de mí, sin embargo, la mujer insistió, le dijo que bueno, que si no lo deseaba pues iría con él al Mato Grosso, o a Belém o a Pernambuco, adonde fuera con tal de aprender a jugar de nuevo.
A mi amigo no le quedó otro remedio que decirle que sí, que le avisaría pronto, desde que tuviera todo concretado, pero casi al oído, sin reparos por los presentes, me espetó que ése era el problema de nuestra sociedad, que la envidia afloraba incluso en el despacho de un médico, y en la sacristía entre el cura y el sacristán, y en el taller de mecánica porque el maestro se engrasaba menos que su ayudante.
―¿Lo ves? ―me dijo―, esto es lo que me está matando.
Continuaba sin comprender el porqué de nuestra presencia allí, aunque no me atreví a preguntarle otra vez. La enfermera llamó al siguiente, abrió apenas la puerta y sólo pude observar que llevaba trenzas, vestía como una niña, con un sombrerito de paja y una falda escocesa, y de pronto me imaginé al doctor Estrías, jugando con un coche encima de la mesa y con una pistola de plástico disparándole agua a los pacientes.
Entonces fue cuando le pregunté si el próximo en entrar sería él, pero me dejó estupefacto:
―No. No voy a entrar. Quiero que salga el doctor y me recete aquí mismo: delante de todos, porque necesito cuatro personas. ¡Ah!, y si no entraré, porque entre él, su enfermera, tú y yo podemos hacerlo.
Me asustaron sus síntomas: eran de loco.
―El siguiente.
La señora vieja no había salido y nosotros ya entrábamos, yo arrastrado por mi amigo, sin contemplaciones, sin tener en cuenta mi tenaz negativa.
―¡Hombre, viene usted acompañado! ―le dijo el doctor mientras se tumbaba en el suelo y sacaba un mazo de cartas―. ¿Echamos hoy el desquite?
―No. Mejor al parchís. Pero bueno, sí, como me voy para el Brasil, total echamos la última mano, aunque al tute, y entre cuatro.
El doctor estuvo de acuerdo, se levantó, llamó a la enfermera y entre los dos retiraron lo que había sobre la mesa: muñecas y camiones, sogas para saltar y tejos de piedra viva, pistolas de agua y ametralladoras de espuma, y un estetoscopio hecho con cera, nada más.
Sentados los cuatro en cada lado de la mesa, nada más empezar la partida, cuando yo canté 40 en bastos, mi amigo se echó a llorar de repente, porque había dejado de ser niño, y yo con él. A partir de aquel día, todos los jueves, a eso de las cinco de la tarde, nunca estoy en mi casa, porque tengo hora con el doctor Estrías, ni en el mes de septiembre me encuentra nadie, pues lo paso con mi amigo en el Mato Grosso, entre los indios.

lunes, junio 12, 2006

La consulta del doctor Estrías (1)

Todavía no me explico cómo pude acompañarlo al médico: nos encontramos, me cogió por el brazo y me llevó a un bar de mala muerte junto al mercado; nos tomamos un café y me pidió que fuera con él, porque tenía miedo, y dudas, y hambre de venganza, y muchas cosas más que me contó casi gritando desde que nos sentamos en la sala de espera, sin importarle la señora vieja que respiraba con dificultad a mi lado, ni el hombre maduro que no se quitaba la mano de la frente.
―Vamos a ver ―me dijo―, quizás esté equivocado, pero no soporto que la vida sea así, una selva donde todos son fieras, machos y hembras, todos.
Me puse los puños sosteniendo la barbilla, lo miré con detenimiento y comprobé que sus ojos le bailaban, no sé si por la ira o por la confusión que le revolvía la mente.
Ayer traté de defender a una muchacha de los improperios de un pretendiente, y sabes, ella misma me lo recriminó, se cruzó de brazos y me espetó: "Quién lo ha invitado a usted a esta batalla"
―¿Tú me entiendes? Fíjate: le decía hija de mala madre, zorra, alcahueta, monja de burdel y otras cosas. Nunca, nunca había oído algo igual, y era apenas un chiquillo.
Se levantó. Cogió de la mesilla renqueante que presidía la sala una revista vieja y volvió a sentarse, y empezó a hojearla, con celeridad, dando resoplidos, sin tener en cuenta a los presentes, hasta que reparó en una fotografía y arrancó la hoja donde estaba, y se la puso colgando del cuello como si fuera un babero: parecía un idiota, pero estaba linda la playa de Copacabana.
―¿Tú crees que en todas las partes del mundo la vida será igual? No. Yo no lo creo. Esta sociedad es mezquina, de baja estofa, donde los jornaleros se matan entre sí por un grano de millo en vez de plantarlo, y se ponen de parte del empresario si éste está delante, pero hunden la empresa lo que pueden; donde los ricos son tan pobres que pasan hambre y los pobres quieren ser tan ricos que pierden las oportunidades discutiendo o engañando o incluso robando a los que tienen menos que ellos; donde los sindicalistas pretenden ser empresarios y los empresarios, suspicaces siempre, sindicalistas incultos y torpes. Me tengo que ir de aquí, al Brasil, por ejemplo, y remontar el Amazonas hasta que encuentre una tribu india, a la zona del Mato Grosso, por ejemplo, para empezar de nuevo, subiendo poco a poco la cordillera de Mbacarayú: quizás, a medida que ascienda, mi vida se va transformando.
No. No estábamos en el despacho de un siquiatra, ni siquiera en el de un sicólogo, al contrario, en el rótulo rezaba por fuera lo siguiente: "Dr. Estrías. Especialista en enfermedades de la infancia." Lo vi cuando me levanté y salí para encender un cigarrillo con la intención de que mi amigo se callara, no siguiera hablando de Brasil, pues empezó a llamar la atención de los presentes por primera vez, y a despertar las sonrisas infames de una mujer morena, casi negra de la playa.
Me senté junto a él, le puse la mano sobre una rodilla y en voz baja, con disimulo, le pregunté qué coño hacíamos nosotros allí, y me contestó con otra pregunta.
―¿Y la vieja y ese hombre atormentado?
Me dejó callado: era verdad, tampoco me lo explicaba, y mucho menos al fijarme en el paciente que salía, un hombre que pasaba de los ochenta, con bastón y todo, de cara alegre y sosteniendo en su mano libre un globo multicolor.
―¿Cuándo se va al Brasil, buen hombre? ―le preguntó la señora vieja―. Yo estoy sola desde hace muchos años, me he olvidado de cómo se juega a la comba, por eso estoy aquí, y no me importaría ir con usted, pero si me lleva al Pan de Azúcar y me deja bañar y jugar con la arena en la playa de Copacabana.

jueves, junio 08, 2006

La llave de su reinado (2)

Lo intentó durante 6 noches, sin dejarse atrás las iglesias y los conventos de la ciudad, ni los almacenes de grandes puertas por la zona industrial, excepto la comisaría de policía, por si acaso, hasta que pensó que una llave como aquélla, enorme, oxidada, antigua, sólo podía pertenecer a una estancia de campo, y decidió emprender el camino alejándose cada vez más de la ciudad, usando los atajos para llegar antes y aprovechando la sombra de los árboles para dormir un rato.
―Juan, ¡qué te has vuelto loco de remate! Vuelve a casa, por favor -escuchaba en sueños la voz de su mujer llamándolo y se despertaba sobresaltado.
La jornada número 7 la comenzó con cierto desánimo, sin embargo, apenas había empezado y un detalle lo puso en la pista de que iba por buen camino: a punto estuvo de abrir un establo, donde escuchó adentro relinchos de caballos y un par de mugidos de vacas, pero la llave no terminó de girar, giró la primera y se quedó en la segunda ocasión; y entonces se fijó bien en las características de la puerta y en la forma de la cerradura, porque ahora sólo iba a pararse en las que fueran parecidas.
La labor se le hizo a Juan de los Santos más llevadera. Miraba con los ojos relucientes entre las sombras de la noche como si de una fiera se tratara, y caminaba seguro, ansioso, sin perder el ritmo, hasta que llegó la madrugada y detrás de una curva, al fondo de un risco, por donde se llegaba a través de una vereda estrecha, localizó apenas una puerta y se dirigió a ella entusiasmado, convencido de que sería la que buscaba, y así fue, allí estaba: un pajar, oscuro, lleno de haces de avena y centeno y cebada y trigo, con un jergón de paja en el centro, como si se tratara de un trono, por lo que Juan de los Santos decidió ser el rey de aquella estancia que con tantos sacrificios había logrado encontrar.
El primer día lo dedicó a dormir, y a pensar; a pensar en su vida junto a Carmela del Rosario, y a dormir otra vez más, profundamente, sin un mal sueño, sin una voz que le gritara cualquier cosa.
Esperó a que amaneciera. Con la caja de cartón sobre las rodillas, se dedicó el segundo día a vivir de los recuerdos, a mirarse en fotografías ya canelas donde con pantalón cortó aún y botas de goma la ilusión por vivir se le desparramaba por la cara, o en otras de joven pobre pero limpio, aunque empezando a fruncir el entrecejo, o junto a Carmela del Rosario, cuando todavía Carmela no le reprochaba ni que fumara, hasta que dio con una un tanto movida: en la alameda, con una llave en la mano, mostrándola, quizás preguntándole al fotógrafo si era de él, y éste, por los resultados de su obra, contestándole que no; era idéntica, no tenía duda alguna.
La echó en falta a media mañana, cuando intentó salir a coger aire y a ver si encontraba algo para matar el hambre, pero no se desesperó, al contrario, le dio por silbar canciones que creía haber olvidado, sin embargo, al iniciarse la tarde no pudo más, se volvió como loco en busca de la llave que lo tenía prisionero en su efímero reinado, hasta que se tiró sobre el jergón dejando otra vez su vida en manos del destino, igual que siempre.